Cómo la comunicación hace equipos seguros: lecciones de Stephen Curry desde la cancha
Parece haber un breve receso en el entrenamiento. El basquetbolista Stephen Curry, el más sensacional y efectivo de los jugadores de los Warriors de la MBA, se pone en el centro de un círculo humano, de varios jugadores más jóvenes que él, y en menos de dos minutos da una auténtica lección de liderazgo y sobre cómo ser un mejor equipo a partir de la comunicación. ‘Steph’ porta una camiseta esqueleto de color negro, apoya sus brazos en su cintura, y les habla. Los muchachos lo escuchan:
“La comunicación es lo más importante. Sentí que yo era el que más hablaba en esta pista, y eso es un problema. Necesitamos que todos hablen especialmente cuando se está buscando construir un equipo.
Donde sea que termines, la gente te seguirá si hablas… La comunicación es la materia prima de un equipo. Nosotros nunca habíamos jugado juntos antes; entonces, ¿cómo vamos a mejorar en tan poco tiempo si no nos comunicamos?
No importa dónde termines, haz que tu presencia se sienta… Hagan que sus compañeros se hablen los unos a los otros… Estés en la secundaria, seas profesional o lo que sea, puedes hablar.
Así es como se sigue construyendo una identidad. Sean ruidosos… Hablen continuamente. La comunicación es clave. No quiero ser el más ruidoso esta tarde. Alguno de ustedes será el más ruidoso”.
Este mismo ruido era el que más esperaba de sus soldados el general John Monash en tiempos de guerra.
Reconocido como uno de los hombres que mejoraron las tácticas durante la Primera Guerra Mundial, el militar australiano alentaba la disidencia entre sus subordinados. De hecho, le irritaba casi hasta la desesperación que sus soldados solo estuvieran de acuerdo con todo lo que él decía.
En su concepto, alentar discrepancias frente a sus opiniones en el seno de su pelotón terminaba por configurar personalidades capaces de pensar de forma independiente. A ser más resolutivos al tomar decisiones y a tener la iniciativa en el terreno. Así, el factor determinante en todo caso es la comunicación.
A la manera del más emblemático lanzador de tres puntos de la MBA o del general australiano, ¿por qué a través de la comunicación, llena de disensos, con un hablar permanente, es que se pueden conformar mejores equipos?
La respuesta está en que es a través de esta como se configuran una serie de conductas, normas no escritas en el corazón de los equipos, que dan vía libre a las maneras de pensar, razonar, expresarse de cada uno de sus miembros, lo que les otorga a los grupos lo que se conoce como seguridad psicológica.
Usado en investigaciones sobre comportamiento organizacional, el término de seguridad psicológica, rescatado por Charles Duhigg en su libro Más agudo, más rápido y mejor, se refiere a cómo los entornos, en este caso esas normas de hecho que se dan al interior de los grupos de trabajo en la práctica laboral, brindan determinados grados de seguridad en el desenvolvimiento de sus actividades.
“Tomen todo esto como un principio”, les explica en un momento dado Stephen Curry a los jóvenes jugadores, configurando una norma ahora implícita en el equipo: un diálogo constante hace que cada uno en él tenga la confianza de ser apoyado por el otro.
Una atmósfera que convierta, por ejemplo, el entusiasmo en norma del grupo, suele resultar en conductas de apoyo mutuo y "todo el mundo se siente autorizado a expresar opiniones y asumir riesgos". "¿Quieren divertirse? Hagan que sus compañeros se hablen los unos a los otros; eso elevará la vara para ustedes", inspira el jugador de menor estatura en la historia del baloncesto norteamericano en ser elegido el de mayor valor (en dos ocasiones).
De la misma manera, un ambiente en el que prevalezcan muy pocas voces o una sola voz (hoy soy el único que está haciendo ruido, dice la estrella de la NBA), puede crear conductas de complacencia en pro de la cohesión de equipo, pero que por miedo a dañar sus relaciones sus miembros pueden evitar las opiniones divergentes, sacrificando creatividad, diversidad de ideas, e iniciativa, lo que a su vez puede afectar la calidad del trabajo del equipo.
Así, son las normas (las prácticas o cómo funcionan los equipos), no las personas (cualidades innatas de cada quien), las que terminan por configurar la inteligencia colectiva que potencia a los grupos.
Dicho en otras palabras, como lo refiere Duhigg , maneras adecuadas como lo pueden ser respetar las opiniones contrarias, cuestionar libremente las decisiones de los demás (como Monash lo esperaba de sus soldados con las suyas), permitir a otros fallar sin que haya repercusiones (entornos no punitivos), y confiar en que los demás integrantes del grupo no intentan minar nuestros puntos de vista, pueden aumentar el rendimiento de algunos miembros que individualmente no son tan destacados; y aquellas que no son tan adecuadas pueden incluso perjudicar a un grupo integrado por personas individualmente brillantes.
Pero no todas las normas son estándar. Las prácticas o costumbres que los equipos desarrollan pueden variar entre unos y otros. No obstante, quienes han investigado la inteligencia colectiva convergen en que todos los buenos equipos, independientemente de sus normas, tienen en común dos rasgos: en su comunicación todos sus miembros hablan más o menos en igual proporción, y poseen una elevada sensibilidad social. A través de esta última se logran entender las emociones de los demás miembros, enfocarse en cómo ayudarles, y sacar lo mejor de su potencial.