Un terreno en Bosa, que alguna vez fue un botadero de basura, es hoy una huerta de posibilidades. Entre sus surcos brotan no sólo plantas medicinales. También, los sueños de quienes se convirtieron en emprendedores. Doña Dannis Sequeira es una de estas personas.
En septiembre de 2021, una amiga le contó que la Alcaldía de Bogotá estaba buscando madres cabeza de hogar o víctimas de la violencia para participar en un programa llamado ‘Mujeres que reverdecen’, consistente en subsidios económicos a mujeres cabeza de hogar para fortalecer jardines y huertas urbanas.
Era la mejor oportunidad después de las complejidades para hallar trabajo, pese a sus estudios técnicos en enfermería, primera infancia, cocina y hasta contabilidad. Pero no la contrataban porque debía hipotecar la mayoría de su tiempo al cuidado de la menor de sus tres hijas, por cuenta de una debilidad en sus huesos. Su pierna derecha quedó tan frágil como el vidrio, “discapacidad que le ocurrió a mi niña a los 11 años por un alimento en mal estado”, cuenta.
Dos meses después, un viernes de noviembre de ese año, junto a otras 30 mujeres del barrio Porvenir, el sector de donde partirá el Metro de Bogotá, se puso manos a la obra para transformar aquel terreno en un espacio de vida y sanación.
Allí brotó Rosemary Herbal Orgánica (RHO), un emprendimiento de aceites, pomadas, ungüentos y jabones naturales, propicios para el reumatismo, los calambres y dolores musculares. Dolencias de siempre y de muchos, y que en una época, en esa Bogotá donde no se hablaba –como hoy- de un Metro sino de un sistema de buses articulados que iban a atravesar la ciudad de extremo a extremo, eran tratadas por masajistas que se presentaban como “mecánicos de huesos” o “sobanderos expertos”, como ‘el negro Chicho’ o ‘el Negro Palomo’, en unos vetustos negocios con olor a alcanfor, a pocas cuadras de la avenida Caracas, a pasos del instituto de Medicina Legal.
Mientras RHO crecía con plantas de menta, manzanilla, hierbabuena, cedrón, romero, toronjil, canelón y limonaria, una red de colaboración tejida entre el Jardín Botánico de Bogotá (JBB) y el CESA permitió que emprendimientos como el suyo tomaran un nuevo impulso.
Desde 2022, gracias a esta alianza, alumnos de la asignatura Principios de Mercadeo asumieron el rol de asesores para apoyar a los huerteros urbanos. Su desafío: diseñar estrategias de marca, comercialización y sostenibilidad para estos pequeños emprendimientos que, hasta entonces, eran proyectos de autoconsumo sin una estructura de negocio clara.
Así, más de 130 jóvenes han acompañado a emprendedores en la construcción de marca, conocimiento de mercados y empaques. Con ello, muchos de los huerteros han pasado de la simple producción para el autoconsumo a vender con visión de negocio.
El impacto ha sido tan profundo como las raíces de las plantas de las huertas. Se han apalancado más de 120 negocios de emprendedores y emprendedoras: las jaleas de frutas de doña Inés Montaño en su huerta de Usaquén, las aguas florales que producen los cultivos de doña Ana Rico en su huerta de San Cristóbal; los encurtidos de don Fernando Sierra en Barrios Unidos, el pesto y el chimichurri de doña María Dolores Salazar, quien con una seriedad casi proverbial interpela para que la llamen “¡Lolita, gracias!”. También, las velas artesanales de Sofía Ramírez en Teusaquillo, que iluminan algo más que estanterías: representan el resplandor de una comunidad que ha trabajado la tierra para transformarla en su motor de vida. Todos estos productos ya han sido comercializados en una o en varias de las 37 versiones de los Mercados Campesinos Agroecológicos que se han realizado en la capital.
El aprendizaje ha sido mutuo. Mientras los huerteros fortalecen sus conocimientos en comercialización, los estudiantes del CESA viven una experiencia de interiorizar conceptos en entornos reales. "Casi todas las mejoras en nuestro emprendimiento han sido gracias a las sugerencias de los estudiantes", reconoce doña Dannis.
Por las dinámicas que se han generado tras estos negocios, los huerteros han proyectado una triple oportunidad de impacto colectivo. De mercado, con la presencia de huerteros en ferias; de logística, con la distribución que se desencadena entre ellos mismos, donde familiares y amigos se han dedicado exclusivamente a transportar y a hacer llegar los productos a su destino; y de servicio, pues algunos se han dedicado a transformar jardines en huertas, o en cómo crear viveros de plantas comestibles.
“Ha habido un cambio de mentalidad que los ha hecho llegar a mercados campesinos con productos base, y a mercados alternativos con excedentes -que han aprendido a explotar- de esos mismos productos”, explica Alberto Mogollón, asesor del Programa de Agricultura Urbana del Jardín Botánico.
Doña Dannis Sequeira recuerda que cuando les asignaron el terreno, pensó por un instante que no iban a poder restaurarlo por el estado en el que se encontraba, y había que hacer una inversión importante.
Pero hoy dice que nada mejor ha valido la pena. Y es que la cura a los dolores, cicatrices, depresión, migraña, entre otras manifestaciones de la enfermedad de su hija, “la encontré en cada planta que tenemos en la huerta”.
Del lado del CESA, lo que comenzó como una iniciativa pedagógica se ha convertido en una estrategia de transformación social. Mientras los huerteros cultivan plantas y sueños, los estudiantes del CESA aprenden que el marketing, además de vender productos, puede sembrar futuro.