La niebla se disipa con el ascenso por TransMiCable. Desde el habitáculo colgante se advierten, abajo, un surtido de casas coloridas empotradas en la montaña, como si fueran parte del relieve. La cadena de algunos techos de zinc dibuja un paisaje que para algunos puede ser sinónimo de una lucha sin cuartel contra las precariedades, el rebusque y los albures de los callejones. Para los 13 estudiantes del CESA que recorren este trayecto es más que un simple viaje. Es un ascenso a una realidad distinta, donde el liderazgo y el emprendimiento cobran un significado más profundo.
El destino es la Biblioteca La Creatividad, un refugio de conocimiento e imaginación en lo alto de la localidad de Ciudad Bolívar.
Un viento lacerante que se cuela por entre las laderas de la zona les da la bienvenida al lugar, ubicado en la vereda Quiba Guabal, en las goteras de Bogotá.
Iván Triana, bibliotecólogo y fundador de La Creatividad, recibe al grupo con la energía de quien ha dedicado su vida a una causa. Lo lleva a recorrer la biblioteca, que no es sólo un sitio de libros, sino también un ecosistema de aprendizaje. Hay un salón para música, otro para experimentación tecnológica, e incluso otro para ejercitar el cuerpo. Aquí, la educación no es un camino rígido, sino un terreno fértil donde se ponen a germinar sueños.
La jornada comienza con una actividad que, más que una dinámica, es un intercambio de perspectivas. Se llama ‘Préstame las gafas’. Un ejercicio simple, pero revelador: estudiantes del CESA y jóvenes de la biblioteca intercambian relatos, aspiraciones y miedos. "Ver cómo estos niños se la juegan por su futuro, cómo aprenden y le meten la ficha, es lo más valioso de este taller", dice la estudiante María Luisa Toro, ahora con la certeza de que la determinación no es cuestión de geografía ni de condición socioeconómica.
Los estudiantes del CESA escuchan atentos. Están acostumbrados a hablar de liderazgo, a desmenuzar las teorías de Drucker, a analizar las estrategias sobre cómo dirigir equipos o gestionar empresas, a menudo editorializadas por McKinsey, Deloitte y otras consultoras. Pero aquí, en este punto de la localidad 19 de Bogotá, el liderazgo se respira de otra manera. Se siente en la convicción de un niño que expone su proyecto de ciencia; en la voz de una niña que practica su pitch con la misma elocuencia que los universitarios han entrenado una y otra vez en el auditorio Álvaro Valencia Tovar, del CESA.
Impresionada, la estudiante Paula Arroyave observa. "No se necesitan privilegios para correr detrás de un sueño; los sueños no tienen límites", dice. Y entiende que el liderazgo que se fomenta en el CESA desde sus inicios, hace 50 años, no es una cuestión de posición, sino de curiosidad y acción. Ese cambio de mirada es justamente el propósito de la jornada, parte de la clase de Transformación Personal.
Entonces Iván les habla de los proyectos en marcha. ‘Hacedores a la NASA’ suena casi utópico. Pero en esta biblioteca las ideas nacen con vocación de realidad. El objetivo: que jóvenes de Ciudad Bolívar y otras localidades del sur de la ciudad, que recurrentemente van a la biblioteca, pongan un pie en la connotada agencia aeroespacial, en el corto o mediano plazo. Quizás en este 2025.
Los estudiantes del CESA, familiarizados con el emprendimiento, comienzan a ver en estos proyectos una materialización del liderazgo en su forma más pura: la de quien actúa como puede, con lo que tiene y donde esté, como lo pregonaba el expresidente de los Estados Unidos Theodore Roosevelt. En últimas, ser resolutivo. Una arista imprescindible del liderazgo de hoy.
El estudiante Isaac José Cotes lo resume con claridad: “Dale propósito a tus ideas y así lograrás monetizar tus sueños”. No se trata sólo de tener una visión, sino de saber convertirla en acción. Y esa es la enseñanza en doble vía de la jornada. Mientras los niños y adolescentes de la biblioteca aprenden estrategias de desarrollo de proyectos, los estudiantes del CESA escarban en sus consciencias para descubrir que el liderazgo no está hecho para ponerlo en práctica en espacios de privilegio, sino que se pone a prueba verdaderamente en las circunstancias más adversas, como les pasa a los curtidos marineros sorteando con sus naves las tempestades del mar, y en donde lo que cuenta es el coraje, la audacia, la decisión y la resiliencia.
La jornada termina en la Plazoleta del Colibrí. Allí, entre risas y despedidas, se toma la foto que captura el momento. Pero más allá de la imagen, lo que queda es la certeza de que el liderazgo no se trata sólo de dirigir, sino de conectar. De aprender tanto como se enseña. De entender que no hay sólo un camino para llegar lejos.
Y mientras las cabinas del TransMiCable descienden de vuelta a esa Bogotá plana, y a la vez frenética, azarosa y de uno que otro conductor energúmeno, los estudiantes del CESA traen consigo al barrio La Merced, donde está su institución, algo más que una experiencia: una nueva forma de mirar el mundo.