El capital de riesgo suele presentarse como un escenario de visionarios capaces de detectar la próxima gran empresa. Los más grandes, el próximo y flamante gran unicornio. En la práctica es, de todos modos, un ejercicio de gestionar la incertidumbre. Chris Douvos -inversor con casi dos décadas en el mundo del venture capital- lo resumió con crudeza en un reciente webinar para el CESA: la mayoría de las veces se pierde dinero.
Esa es quizá la primera lección. La segunda, no dejarse engañar por números exorbitantes. Las proyecciones en el contexto actual son poco más que castillos de arena. “No confío en los números de nadie ahora mismo. Es difícil creer en la gente bajo las proyecciones que se están haciendo en el mundo”, aseveró. Para Douvos, los números en las circunstancias que vive el planeta son importantes, pero “hoy no son un indicador líder”, por lo que no alcanzan a anticipar lo que vendrá. Por tanto, lo relevante no es tanto lo que muestran, sino más bien el match que haya entre lo que pregona un equipo emprendedor y lo que realmente hace. La coherencia diaria pesa más que la deslumbrante retórica, incluida la de los pitches.
Invertir requiere, de alguna manera, mirarse al espejo
De ahí que el capital de riesgo sea, sobre todo, un negocio de personas. Douvos insiste en lo esencial: “para invertir debes saber mucho sobre ti mismo. ¿Cuáles son tus objetivos? ¿Cuál es tu tolerancia al riesgo?” Solo desde ese autoconocimiento se puede evaluar a los demás. Y la pregunta, entonces, se traslada: ¿cómo conocer a las personas detrás de las marcas?
La clave para invertir está en rastrear la huella del comportamiento de los emprendedores. ¿Qué experiencia traen? ¿Qué dominios tienen? ¿Qué redes han construido? Son estos elementos, invisibles a simple vista, los que marcan la frontera entre el éxito y la mediocridad.

El mercado, además, impone límites claros. Una buena tecnología sin un mercado adecuado está destinada al fracaso. Invertir en marcas reconocidas puede sonar tentador, pero es, en palabras de Douvos, “una tarea de tontos”. Lo que cuenta es la capacidad del equipo emprendedor para demostrar que intenta resolver un problema real en un contexto específico. Los equipos emprendedores que se concentra en nichos y entiende qué se necesita, “suelen tener algo especial”.
Y esto -según Douvos- es clave en etapas tempranas del emprendimiento, cuando los fundadores cuentan con métricas porque ayudan a los inversionistas a insinuar lo que vendrá para el modelo de negocio. Allí, la agudeza para identificar potencial supera cualquier modelo financiero.
Hay que ser constante. Nunca se sabe cuándo aparece el éxito
Nada de esto elimina la incomodidad. Al contrario: la refuerza. Por eso Douvos habla de la necesidad de contar con “sherpas”: guías que acompañen en un camino plagado de dolores de cabeza, ya sea por la rotación de equipos, los plazos más largos de lo previsto o la frustración de que los resultados nunca lleguen cuando se esperan.
Invertir, en definitiva, es un acto de constancia, porque en cualquier momento esa startup prometedora puede ser un ‘home run’ cuando las bases están llenas, y aparece el éxito.
La disciplina consiste en permanecer, incluso cuando la incomodidad se vuelve regla. El venture capital no es un juego de certezas, sino un proceso para optimizar la incomodidad y, en ella, encontrar oportunidades que los números rara vez muestran.