En muchos hogares del vecindario latinoamericano hay un mueble sospechoso: el sofá de las visitas. Se ve impecable, huele a nuevo y nadie lo usa. La familia se sienta en cualquier otra silla, incluso incómoda, pero jamás en ese trono reservado para un invitado que tal vez nunca llegue. Algo parecido ocurre con la vajilla guardada, el vino que acumula polvo a la espera de ser descorchado, o la ropa que “un día de estos me voy a estrenar”. La vida, parece, se pospone a la espera de la ocasión especial.
El problema es que ese día rara vez llega. Y mientras tanto, la sensación de vacío crece. Y no es un capricho psicológico: es un fenómeno medido.
Según una encuesta del Meaning Group, un grupo de expertos, realizada para Latinoamérica (más de 5 mil de Colombia), poco más de la mitad (51%) siente que su vida no tiene ningún sentido, un 32 % oscila entre el “a veces sí, a veces no”, y -en menor proporción- un 17% declara que la vida lo vale todo. ¿Qué distingue a esta minoría optimista? Perciben que lo que hacen -su trabajo, su oficio, sus proyectos- contribuye de alguna forma al mundo. Dicho de otro modo, quizás el propósito se parezca mucho a disfrutar la comodidad del sofá.
Cuidarse, conocerse, conectar
Así las cosas, trabajar tiene poder, y se entiende -entonces- por qué el empleo importa, por qué se habla tanto de este, y quizás por qué el desempleo resulta tan devastador para el tejido social.
Si el trabajo otorga propósito, su ausencia lo arranca de raíz. Y, sin embargo, no todo está atado a un contrato laboral. Las personas con más sentido de vida diversifican sus vínculos, agradecen con frecuencia, se permiten hobbies y, sobre todo, disfrutan lo que ya tienen. Lo opuesto al hábito de guardar.

Lo explicó en el más reciente Encuentro de Mujeres en Juntas celebrado en Cartagena el psicólogo Efrén Martínez, CEO de Meaning Group.
Para hallar sentido de vida y fortalecimiento en grande, tema de su charla, Martínez habló de “cultivar las tres C”: cuidarse, conocerse y conectar.
Cuidarse es tanto físico como social: dormir bien y también crear entornos seguros donde trabajar o convivir no sea un deporte extremo. Conocerse significa reconocer las propias fragilidades -el miedo al fracaso, la ansiedad frente al juicio ajeno- y evitar que se conviertan en catástrofes imaginarias. Conectar, por último, es abrir cuatro puertas: vínculos afectivos, acciones significativas, gratitud cotidiana y disfrute material. “Por más que estén diciendo los gurús ‘piense bonito’, ‘manifieste’; lo que quiera está genial, hágalo, pero somos lo que hacemos. Y lo interesante del mundo del hacer es esto: que tenemos una oportunidad maravillosa en el trabajo”, afirmó.
Puede que usar la vajilla, salir a caminar, agradecer un gesto, gastar lo que se tiene suene poco intrascendental. Pero ahí radica su encanto: es alcanzable. Y quizá esa es la gran ironía del propósito. Se habla de él como si fuese un tesoro escondido, como un destino trascendental reservado para unos pocos iluminados, pero la realidad es que está en el uso.
El Talmud, libro sagrado judío, expresa en uno de sus apartes: “quien salva una vida, es como si hubiera salvado al mundo entero”. Traducido a términos más simples, el mensaje es el mismo: el propósito no se esconde en un futuro lejano ni en un objeto reservado para una ocasión especial. Está en lo que se usa, en lo que se gasta, en lo que se actúa hoy. Y quizá el mundo se salve -o al menos se haga más llevadero- no con hazañas épicas, sino con la decisión de no dejar el sofá vacío.