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El crecimiento económico y el medio ambiente: un Nobel sostenible

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04 Dic 2018

Por: Guillermo Sinisterra, PhD en Economía. Profesor Asociado del CESA.

El premio Nobel de economía otorgado este año fue para Paul Romer y William Nordhaus. Un premio más que merecido. El primero nos enseñó cómo el crecimiento económico sostenido se puede lograr incentivando la inversión en dos rubros: en capital humano y en investigación y desarrollo (innovación). Algunos de los artículos académicos de Paul Romer son material obligatorio en cursos de macroeconomía. Tal vez el más citado es sobre cómo los retornos crecientes a escala permitan que exista el crecimiento económico de largo plazo, donde nos muestra que, si logramos combinar el capital y el trabajo, con elementos que los hagan más productivos, se puede llegar a incrementar el crecimiento económico de un país de manera sostenida tanto en el corto como en el largo plazo. Entre dichos elementos se encuentran: la mejora constante en la tecnología, innovaciones que permitan mejorar la calidad de los productos, la acumulación de experiencia, la inversión en acumular capital humano (educación), la infraestructura física, sistemas legales fuertes y funcionales, entre otros.

En el caso de Nordhause, además de tener un libro de texto básico en economía con el también premio nobel Paul Samuelson, que enseñó fundamentos a más de tres generaciones de economistas a nivel mundial, también fue uno de los pioneros en el área de economía ambiental. Sus primeros artículos mostraban los efectos negativos del cambio climático sobre el crecimiento económico. Dentro de sus grandes aportes está la defensa férrea de un impuesto generalizado a todas las actividades que generen dióxido de carbono, y en particular a los combustibles fósiles, al igual que otras ideas novedosas sobre regulación a las emisiones con el fin de disminuir los efectos nocivos de la contaminación usando mecanismos de mercado. Recientemente, también desarrolló modelos integrados que permiten cuantificar los efectos económicos del cambio climático, que sirven como referencia a múltiples instituciones y gobiernos.

Los aportes de estos dos economistas desarrollaron áreas de conocimiento que generaron miles de artículos que extendieron, mejoraron y cambiaron sus propuestas iniciales. Pero lo más importante es que propusieron soluciones concretas para mejorar el mundo en que vivimos, tanto en calidad de vida agregada como en sostenibilidad.

Estuve tratando de mirar si Colombia ha aprendido las lecciones que estos dos científicos han puesto a disposición de la humanidad en las últimas cuatro décadas, y los resultados no fueron los mejores. Una de las formas de medir la dinámica el progreso tecnológico y la innovación es ver el número de patentes que se radican por año. Esta forma de protección de propiedad intelectual permite extraer rentas por un tiempo limitado a creaciones hechas por empresas o personas. Cuanto mejor establecidos estén esta clase de mecanismos, más se incentiva la creación de nuevos productos y procesos. Los creadores, que muchas veces deben hacer inversiones significativas, aseguran un retorno a la inversión a través de la patente.

Según el reporte del World Intelectual Property Organization para 2015, Colombia está en el puesto 59 entre más de 140 países en cuanto al número de patentes radicadas. Solo en América Latina nos sobrepasan Brasil (23), México (36), Chile (47) y Argentina (49). Es importante mencionar que mientras Colombia radicó 2.156 patentes, Brasil radicó 30.342 y China radicó 928.177. Estos datos se pueden dar o bien porque nuestros inventores no son tan productivos como los de otros países, o bien porque no conocen los mecanismos de protección de la propiedad intelectual para sus inventos, y por lo tanto no los registran.

El otro rubro que proponía mejorar los modelos de Romer para tener crecimiento económico sostenido en el largo plazo era el capital humano. Infortunadamente, en este indicador Colombia no está mucho mejor. Según el índice agregado de capital humano del World Economic Forum (WEF) para 2017, Colombia es 68 entre 130 países. Nos superan Argentina (52), Chile (53), Bolivia (54), Panamá (56), Costa rica (61) y Perú (66).

En la parte ambiental, según el índice de sostenibilidad ambiental realizado por las universidades de Yale y Columbia para 2005, estamos de numero 23 y nos superan Uruguay (3), Argentina (9), Brasil (11), Perú (16), Paraguay (17), Costa Rica (18) y Bolivia (20). Estas mediciones de hace más de 10 años no tienen en cuenta el paso acelerado de la deforestación que se dio en los últimos años en diferentes regiones del país, así que creo que si se actualizara la estadística retrocederíamos unos puestos.

En infraestructura vial, ¡ni hablar! A pesar de los avances, ostentamos el penoso puesto 110 entre 140 países estudiados por el WEF. Si incluimos todos los tipos de infraestructura mejoramos levemente llegando al puesto 89, principalmente gracias a los avances en telecomunicaciones y electricidad.

El entorno legal en Colombia está cambiando para promover iniciativas tendientes a reutilizar los productos en lugar de desecharlos al terminar su primer aprovechamiento. Esto quiere decir que en a nivel macro, las ciudades deberían estar propendiendo hacia la economía circular y no a un esquema lineal de comprar, usar y desechar como existe actualmente. Por otro lado, se ha incentivado la utilización de energías limpias de diferentes formas y el sector que más ha aprovechado esta clase de incentivos es el de los biocombustibles, en su mayoría desarrollados por empresas ya establecidas para las cuales la generación de etanol y biodiesel representaba el aprovechamiento de un residuo o aumentar un proceso a una planta que ya estaba produciendo otro bien (azúcar o aceite de palma). Incluso el sector empresarial se ha interesado por la sostenibilidad como estrategia de mejora de marca. Es así como Bancolombia, Grupo Nutresa, Cementos Argos, Suramericana, Grupo Éxito, Empresa de Energía de Bogotá e ISA han sido incluidas en el Dow Jones Sustainability Index por sus buenas prácticas en materia de sostenibilidad.

También se han desarrollado varios programas exitosos para incentivar la formación de capital humano. Ese es el caso del polémico programa “Ser pilo paga”, al que se le endilgan ahora todos los problemas de la educación superior pública casi como si la ley 30 de 1993 no existiera o hubiera sido reformada. Finalmente, existen convocatorias permanentes para realizar estudios en el exterior por parte de entidades como Colciencias o Colfututro, que promueven la educación superior a nivel de maestrías y doctorados con ventajas económicas para sus beneficiarios.

A pesar de lo anterior, los datos presentados, aunque pueden ser discutibles, muestran que los esfuerzos no han sido suficientes para generar el resultado macro que prevén las enseñanzas de los Nobel, tanto en innovación como en formación de capital humano como en la parte ambiental. Aún falta mucha voluntad política y articulación inter institucional, y todos los esfuerzos no se han hecho a la escala necesaria para que generen el impacto deseado. Algo aún más alarmante es que otros países de la región están haciendo mejor la tarea para generar un crecimiento mayor y más sostenible.

Bien haríamos en parar un segundo y tomar un respiro para ordenar nuestras prioridades y hacer que las políticas en estas áreas sean políticas de Estado y no del gobernante de turno para garantizar la continuidad de las mismas.