La ciudad y el pensamiento
La ciudad es más que su composición física, y sus edificaciones significan justamente porque son recreadas en la mente ‒en forma de recreaciones imaginarias‒ de quienes las habitan.
Los estudios de Silva (2003; 2006; 2011; 2013) sobre la ciudad comprenden que lo territorial no hace tanto referencia a la ciudad como espacio físico, sino como lugar de relacionamiento entre sus habitantes. De esta manera, la forma en la que los habitantes de una ciudad viven y recuerdan su propia ciudad determina las diferentes representaciones que la caracterizan. Estas representaciones, resultado de las percepciones que sus habitantes tienen acerca la ciudad, se aglutinan en forma de construcciones mentales simbólicas a través de las cuales los miembros de diferentes grupos sociales logran identificarse. Estos son los llamados imaginarios urbanos.
Es así como los estudios sobre imaginarios tendrán como objetivo comprender “cómo construimos y cómo archivamos en nuestras memorias individuales y públicas, desde nuestros deseos y sensibilidades sociales hasta nuestros modos grupales de ver, de vivir, de habitar y deshabitar nuestros mundos” (Silva, 2013, pág. 30).
La ciudad significa. La ciudad es, como lo proponen Pérgolis y Rodríguez (2017), una relación entre las formas del espacio urbano y los usos y las significaciones que la comunidad establece en ellos (Pérgolis & Rodríguez, 2017). De ahí que la ciudad (la ciudad imaginada) sea el resultado del diálogo entre los espacios definidos por la arquitectura y su disposición —en forma de barrios, calles, plazas, parques— y su experiencia. Un diálogo, además, que funciona en dos direcciones.
Por un lado, las construcciones y los espacios que en ellas se generan determinan la manera en la que son habitadas; podríamos decir que la causan, como propone la mirada funcionalista, según la cual las representaciones humanas son resultado de unas formas económicas y sociales específicas. Pero también en sentido inverso. Los espacios urbanos no son universales ni permanentes, ni están descontextualizados; por el contrario, son resultado de unas propuestas y de unas intenciones específicas, que son a su vez imaginadas e imaginarias.
Además, los espacios urbanos connotan. Se interpretan, producen fantasías que a su vez influyen en la forma en la que son vistos, vividos, comprendidos e imaginados.
Dice García Canclini:
[…] debemos pensar en la ciudad a la vez como lugar para habitar y para ser imaginado. Las ciudades se construyen con casas y parques, calles, autopistas y señales de tránsito. Pero también con imágenes. Pueden ser las de los planos que las inventan y las ordenan. Pero también imaginan el sentido de la vida urbana las novelas, canciones y películas, los relatos de la prensa, la radio y la televisión. La ciudad se vuelve densa al cargarse con fantasías heterogéneas. La urbe programada para funcionar, diseñada en cuadrícula, se desborda y se multiplica en ficciones individuales y colectivas (García Canclini, 2010, pág. 91).
Así, el ámbito de la ciudad produce un tipo específico de novelas o de canciones populares o de películas, pero estas manifestaciones tienen, a la vez, la capacidad transformadora de la realidad. Son creaciones, pero también recreaciones, que dan nuevas posibilidades semánticas.
Sin embargo, no resulta sencillo recuperar aquellas imágenes de la ciudad producidas en obras de ficción, particularmente durante la primera mitad del siglo XX, pues Bogotá no se conoce a sí misma. “Sorprende —dice Saldarriaga Roa— el desconocimiento de la imagen de la ciudad” por parte de quienes la habitan. De alguna manera, es como si la ciudad no las produjera, o, más bien, como si premeditadamente las evitara. Esto resulta aplicable tanto a la iconografía de la ciudad, en las imágenes visuales que Saldarriaga Roa, Rivadeneira y Jaramillo estudian en el texto Bogotá a través de las imágenes y las palabras (1998) —mapas, ilustraciones, fotografías—, pero también en otras, como las literarias —imágenes simbólicas—, particularmente en la narrativa novelística escrita durante la primera mitad del siglo XX, periodo en el que el mismo imaginario de la ciudad indica que no se escribían novelas bogotanas.
Javier Murillo Ospina
Director Centro para la Lectura, Escritura y Oralidad del CESA, DIGA.
Bibliografía
García Canclini, N. (2010). Imaginarios urbanos. Buenos Aires: Eudeba, Universidad de Buenos Aires.
Pérgolis, J. C., & Rodríguez, M. C. (2017). Imaginarios y representaciones, Bogotá: 1950-2000. Bogotá: Universidad Católica de Colombia.
Saldarriaga Roa, A., Rivadeneira Velásquez, R., & Jaramillo, S. (1998). Bogotá a través de las imágenes y las palabras. Bogotá: Tercer Mundo Editores. Observatorio de Cultura Urbana.
Silva, A. (2013). Imaginarios, el asombro social. Bogotá: Universidad Externado de Colombia.