Los centros de escritura y su impacto en la comunidad académica
Los centros de escritura ‒aquellos espacios de apoyo en las prácticas de lectura y escritura en el entorno académico, como lo es el Centro DIGA en el CESA‒ han tenido una evolución cierta en nuestro país durante los últimos 11 años.
Desde 2008, cuando se creó el primero (el Centro de Escritura Javeriano en Cali), hasta ya el final de la segunda década del siglo, pueden contarse más de dos decenas de centros y programas de escritura en diversos centros académicos del país. De ser un puñado de espacios aislados, y con metodologías de trabajo disímiles en diferentes centros universitarios, han ido, poco a poco, optimizando sus recursos y encontrando líneas de trabajo conjunto que, a la postre, han favorecido los esfuerzos colaborativos, los puntos de concertación, como las redes, y los lugares de encuentro, como seminarios y congresos, en los que el CESA ha mantenido activa participación.
En estos últimos encuentros, justamente, ha surgido la discusión acerca de la necesidad de medir su impacto en la sociedad académica. Esto es, como resulta evidente, el resultado de un proceso de maduración. Si bien en un primer momento los encuentros propiciaban el compartir las experiencias fundacionales de cada uno de los centros; la descripción de las metodologías de trabajo y las dificultades que cada uno de nosotros encontraba en nuestro quehacer cotidiano, dos lustros más tarde la tendencia parece ser otra.
Esto no quiere decir que no haya nuevas experiencias tratando de encontrar su lugar. La lectura y la expresión oral y escrita siguen siendo el punto de encuentro de las diferentes áreas en cualquier programa académico, y el lugar donde se evidencian sus debilidades, pero la principal preocupación de los centros en la actualidad, superada la etapa de establecimiento, está vinculada con sus efectos en los estudiantes con los que se ha trabajado. Hablo del impacto que tienen los centros de escritura en los estudiantes, primero, y en las instituciones, después.
Efectivamente, la pregunta por el impacto ha sido una constante durante los últimos años. Por un lado, porque a lo largo del tiempo los diferentes centros de escritura hemos creado e implementado diferentes instrumentos de registro y control para medir la asistencia de los estudiantes y el tipo de ayuda que se les ha prestado en ellas. Estos permiten, semestre tras semestre, consolidar unos resultados y ciertas conclusiones. Con estos, se pueden abstraer tendencias y establecer relaciones que pueden ser muy útiles en la evaluación de los procesos académicos. Por otro, porque el establecimiento de los centros ha requerido de una inversión importante en cada institución, y resulta determinante conocer, al pasar el tiempo, si estos recursos están adecuadamente invertidos o no; si a través de ellos se está llegando donde se busca o si hay que replantear el camino.
El impacto de los centros de escritura debe ser visto y medido a la luz de las misiones y los propósitos que estos se plantearon desde sus inicios.
En la actualidad, hay dos mediciones que se han llevado a cabo. Por un lado, la de la percepción del centro por parte de los estudiantes, es decir, por la forma en la que el apoyo dado ha sido recibido y percibido por parte de quienes los reciben. Las encuestas que dan cuenta de percepciones acerca de la oportunidad y la eficacia del servicio prestado, y de la ayuda que el centro significa a la hora de familiarizarse y solucionar problemas a través del lenguaje académico, particularmente a través de la escritura, son ejemplos de ello. Pero también están las mediciones que evidencian los resultados de los estudiantes antes y después de asistir al centro; o la confrontación de las de aquellos que asistieron y las de quienes no. Estos, en general, apuntan a temas como la pérdida de materias recurrentes por parte de los estudiantes o la deserción universitaria, una de las principales preocupaciones de las direcciones institucionales.
Sin embargo, se trata de un tema que aún está en discusión, tanto en sus objetivos como en los instrumentos de los que se vale. Los centros de escritura constituyen un apoyo, entre muchos, a profesores y estudiantes a lo largo del proceso académico, y no resulta sencillo separar, con propósitos de medición, su influencia en el público objetivo. ¿Son las notas y el carácter transaccional y contingente de las mediciones numéricas la mejor manera de saber el efecto de un apoyo en lectura y escritura? ¿Hay que pensar, más bien, en observaciones más mediatas, que den cuenta de la relación de los estudiantes con el lenguaje en periodos más largos de tiempo, y a través de instrumentos que den cuenta de procesos y tendencias institucionales? ¿Se debe apostar por una inversión constante en este tipo de ayudas académicas más allá de los resultados y las críticas respecto a la forma en la que los estudiantes del nuevo siglo se enfrentan a actividades de silencio y reflexión constante como lo son el leer y el escribir?
No hay, aún, propuestas definitivas al respecto. Pero avanzar en este tema parece ser urgente, dado que los hallazgos que tengan lugar seguramente darán lugar a modificaciones a preguntas como qué se hace y para qué se trabaja en los centros. Es decir, llevarán a redefinir los principios fundacionales y la funcionalidad cotidiana de estos, para fortalecerlos o para que pierdan la creciente influencia que parecen tener en los procesos pedagógicos de las universidades en Colombia.
Javier Hernando Murillo
Docente investigador CESA