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Preparar para la vida

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14 Ene 2019

Por: Silvia Garavito Constantín

Profesora asistente Centro de apoyo para la lectura, la oralidad y la escritura –DIGA-.

La revolución digital, la democratización del acceso a la información y la relativización de las fronteras de tiempo y espacio, que implicó la aparición de Internet, han llevado a que la sociedad actual sea cada vez más dinámica y cambiante.  De manera global, para cada estudiante y para cada profesional se abren permanentes posibilidades a una velocidad imparable. Sin embargo, esta oportunidad a su vez los obliga a mantenerse informados y actualizados, a adaptarse a los cambios y a tener un pensamiento crítico que les permita hacer frente a los retos y complejidades que implica la sociedad actual.

En ese sentido, los procesos de aprendizaje deben enfocarse en desarrollar en los estudiantes habilidades que sepan aplicar en diferentes momentos y aspectos de la vida, más que en acumular información estática y considerada inequívoca. Según explican Pozo, Monereo y Castelló (2001), “así, la enseñanza no debe dirigirse sólo a proporcionar conocimientos y a asegurar ciertos productos o resultados del aprendizaje, sino que debe fomentar también el análisis de los procesos mediante los que esos productos pueden alcanzarse” (p.4). La educación actual es efectiva si, desde las particularidades de cada disciplina, logra crear en el estudiante el hábito de pensar, analizar, profundizar, leer contextos, establecer vínculos, trabajar con rigor y tener criterio. En definitiva, estar preparado para enfrentar lo inesperado; tener las herramientas para resolver un problema o enfrentarse a cualquier reto que le presente la vida laboral.

Es por esto que las habilidades y competencias de un docente, más allá de garantizar la impartición de los pormenores de un currículo tradicional, deben encaminarse a llevar al estudiante a potencializar sus capacidades y a desafiar lo que considera sus limitaciones. Este enfoque también contribuye a que los estudiantes se sientan responsables de su propio proceso y sean sujetos activos y comprometidos con su formación. De acuerdo con Jorba y Sanmartí (1993):

Un dispositivo pedagógico que contemple la atención a la diversidad a través de las áreas curriculares debería estructurarse alrededor de la llamada regulación continúa de los aprendizajes. Regulación, tanto en el sentido de adecuación de los procedimientos utilizados por el profesorado a las necesidades y progresos del alumnado, como de autorregulación para conseguir que los alumnos vayan construyendo un sistema personal de aprender y adquieran la mayor autonomía posible. (p.2)

Teniendo en cuenta este objetivo, lograr motivar -en los tiempos de la sobreestimulación y el facilismo- es un reto fundamental que debe superar un docente, pues los procesos de aprendizaje son más efectivos cuando el estudiante sabe y entiende de antemano la utilidad y el sentido de lo que va a aprender. De igual manera, la satisfacción es mayor para el estudiante cuando ve materializado lo que aprendió en un logro específico que tenía como meta alcanzar desde el comienzo. Saber hacia dónde se va y se espera llegar enriquece el proceso, lo articula y lo convierte en un objetivo significativo que le da sentido a lo que se aprende.

Los docentes actuales no podemos seguir pensando en educar como fuimos educados. Cada tiempo trae sus propias dinámicas, preocupaciones y necesidades, por lo que resulta inaplazable integrarnos a los cambios. Se hace, entonces, necesario repensar, adaptar y transformar lo mejor de lo conocido para que esté en consonancia con las ventajas que nos ofrece lo mejor de esta época. En ese sentido, el correcto uso de las TIC puede ser un gran aliado porque nos permite hablar al interlocutor en su idioma, rompiendo la barrera de la forma para que lo importante del fondo no resulte sacrificado por métodos que ya pueden resultar obsoletos. Con una adecuada planeación, se puede hacer de la tecnología una herramienta enriquecedora y facilitadora que desarrolle en los estudiantes el criterio para diferenciar la información confiable de la superficial, dentro del universo digital de contenidos al que tienen acceso permanentemente.

 

Referencias:

Jorba, J. y Sanmartí, N. (1993). La función pedagógica de la evaluación. Aula de Innovación educativa, (20), pp.20-30.

Pozo, J.I., Monereo, C. y Castelló, M. (2001). El uso estratégico del conocimiento. Recuperado de: https://www.researchgate.net/publication/261082131_EL_USO_ESTRATEGICO_DEL_CONOCIMIENTO