Abrazar la culpa
Los dilemas éticos que enfrentamos en nuestras vidas -a menudo- nos desafían a ir más allá de simples interpretaciones o del seguimiento de normas preestablecidas. Con el creciente conocimiento sobre el papel fundamental de las emociones, vale la pena detenerse un momento en la castigada culpa y su función, ayudándonos a comprender qué es lo que nosotros consideramos o no justo. En este artículo me propongo hacer una revisión de algunos de los puntos analizados sobre la culpa estudiada desde la antropología, la historia y los estudios culturales.
Kosofsky explica cómo, aunque todos sabemos que no hay tal cosa como emociones buenas y malas, es innegable nuestra tendencia a clasificar nuestras emociones. El problema con esto es la simplificación de estas; lo que no sólo no hace justicia a la complejidad de sentimientos como la culpa, sino que nos impiden reconocer la información que dicha emoción nos está queriendo ofrecer. En su obra Ugly Feelings, Sianne Ngai plantea que ciertas emociones, a menudo desagradables y complicadas de categorizar, son fundamentales para entender nuestras interacciones sociales y lo que consideramos justo.
Dolor y empatía
Lo primero entonces es comprender que la culpa es una de las emociones que consideramos de segundo nivel (o sentimiento, como lo llamarían algunos teóricos); es decir, es una emoción sobre nuestras emociones primarias. En este sentido es una emoción con una altísima carga cultural porque se apoya en cimientos de socialización y normas interiorizadas (Guynn, 114). Pongamos un ejemplo simple: si alguien que me cae muy mal se cae por las escaleras, a mí me puede dar cierta alegría (emoción primaria), sin embargo, luego me puede dar culpa haber sentido esa alegría (emoción secundaria o sentimiento). Esto porque he aprendido de mi cultura que el dolor del otro importa y porque he desarrollado cierto grado de empatía. Es decir que la culpa no es solo un sentimiento que nos hace sentir mal. Es un indicador, una brújula moral que guía nuestras acciones.
Según Nussbaum, la culpa nos ayuda a navegar hacia metas y valores específicos (Hiding, 207). Su gran diferencia con la vergüenza es que mientras la culpa se enfoca en una acción específica, la vergüenza tiende a ser una respuesta más global que afecta cómo nos vemos como personas. La culpa invita a la reparación, mientras que la vergüenza podría llevar al aislamiento y al estigma.
Areco nos recuerda que "es imposible hablar de culpa sin hablar de dolor" (267). Este punto es crucial porque la culpa corre el riesgo de enfocarse únicamente en el victimario. Volviendo al ejemplo de las escaleras: yo puedo limitarme a sentir culpa por haber sentido alegría y no actuar en función de la persona que se ha caído por las escaleras. Sin embargo, los seres humanos, tenemos la capacidad de sentir “sentimientos vicarios” (Konzelmann, 472) o lo que los colombianos conocemos más comúnmente como “pena ajena”. El asunto es que también podemos sentir tristeza ajena, alegría ajena, rabia ajena, y esta posibilidad nos redime del peligro de la culpa de, al centrarse a menudo en el victimario, obviar el dolor de la víctima. A través de estos sentimientos vicarios podemos volver a poner toda nuestra atención en el bienestar de la víctima.
La interpretación del dolor
En su Historia cultural del dolor, Javier Moscoso explora cómo la percepción y el significado de este han variado a lo largo del tiempo y entre diferentes culturas. Esta variabilidad en la comprensión del dolor pone de manifiesto cómo la víctima y el victimario pueden interpretar el 'dolor' de maneras divergentes, lo cual tiene serias implicaciones en cuestiones de justicia. Pero este es tema de otro artículo.
La tristeza o la indignación vicaria, esas emociones que experimentamos en respuesta a las acciones de otros, pueden actuar como un puente hacia la empatía genuina. Estos sentimientos vicarios tienen el potencial de desplazar el egocentrismo que a menudo está contenido en la culpa, transformándola en un sentimiento útil para la restauración de daños cometidos contra otros. Aquí es donde la empatía, tal como la define Nussbaum, entra en juego. Según Nussbaum, la empatía no es solo una "reconstrucción imaginativa de la experiencia de otra persona", sino que también implica una evaluación del sufrimiento del otro como grave y como algo que no se merece (Nussbaum, Paisajes, 340, 345-351). Mientras que las emociones vicarias pueden ser una respuesta emocional inicial en relación con los actos o sentimientos de otro, la empatía lleva a un entendimiento más profundo y genuino de la situación del otro. Así, aunque se pueden confundir las emociones vicarias con la empatía, ya que ambas implican una reacción emocional ante la experiencia del otro, la empatía añade una capa adicional de comprensión y evaluación que a menudo carecen los sentimientos vicarios.
La invitación, por ahora, es a abrazar la culpa y tratar de oír lo que tiene que decirnos sobre nuestra idea de justicia y sobre nuestra valoración del dolor de los demás.
Pilar Osorio Lora
Docente investigadora CESA y miembro Society for History of Emotions (Australia).