En estas semanas de pausa entre semestre y semestre muchos profesores aprovechamos para mirar con más calma lo que está ocurriendo en nuestras aulas. Una sensación generalizada, recogida en conversaciones informales y reflexiones más profundas con los colegas, es que algo ha cambiado. Los estudiantes de hoy no aprenden como lo hacíamos nosotros. Ni siquiera como lo hacían los estudiantes antes de la pandemia. Esto, incluso, ha desanimado a varios profesores a continuar con la labor docente.
El aprendizaje de los estudiantes hoy
El modelo que nos formó -cátedras largas, un examen final, escasa participación- hace rato que ya no funciona. La atención de quienes nos escuchan es frágil, intermitente, segmentada. No es sólo una percepción personal: el psicólogo social Jonathan Haidt lo documenta en su reciente obra La generación ansiosa. Su tesis es contundente: entre 2010 y 2015, una “reprogramación” de la infancia y adolescencia -por efecto del acceso masivo a smartphones y redes sociales- generó una generación más ansiosa, más sola y además con impactos en la salud mental de niños (sobre todo, adicción al juego) y niñas (fundamentalmente obsesión con el aspecto físico).
Esta realidad se vuelve evidente en clase. El uso del celular o del computador durante las sesiones no es ocasional: es permanente. Revisar notificaciones, responder mensajes o directamente mirar partidos de la Champions sucede incluso en medio de una explicación importante o una dinámica grupal. El aula ya no es un espacio inmune a la hiperconectividad.
Tampoco es un fenómeno local, es global. En Estados Unidos, 30 estados han empezado a regular o prohibir el uso del celular durante toda la jornada escolar, argumentando efectos negativos en el rendimiento académico y el bienestar emocional de los estudiantes. En algunos colegios, los dispositivos se guardan en lockers desde el ingreso hasta la salida.
¿Cómo enseñar en medio de la distracción digital?
Esto nos deja una pregunta incómoda pero urgente: ¿cómo enseñamos cuando competimos con una pantalla que conoce mejor los intereses de nuestros estudiantes que nosotros mismos?
Quizá el primer paso sea aceptar que no basta con ser más entretenidos (ver el Efecto Dr. Fox) o usar más tecnología educativa. El reto es mayor. Requiere repensar el diseño mismo de nuestras clases, incorporar momentos de presencia plena, de conversación auténtica, de construcción conjunta.
En este contexto, el rol del profesor también cambia. De ser “el representante del conocimiento en la Tierra” pasamos a ser facilitadores del proceso de aprendizaje, diseñadores de experiencias significativas, acompañantes de un recorrido que ya no es lineal ni homogéneo, pero que sigue siendo profundamente humano. A lo mejor sería bueno discutir aspectos como la duración de las clases, la necesidad de una presencialidad muchas veces forzada, o la duración misma de los programas.
Prepararse para educar a la generación post-smartphone
En mi experiencia, abrir espacios con los estudiantes para hablar de esto ha sido clave. Permite entender aspectos sobre su relación con el celular y sus efectos en la atención y la ansiedad. No desde el juicio, sino desde la empatía. En esas conversaciones me he dado cuenta que ellos saben que están un poco intoxicados por el celular y están dispuestos a introducir cambios para reconectarse con el "mundo real".
En el CESA y en el resto de instituciones de educación, ¿cómo estamos rediseñando nuestras prácticas para educar a esta nueva generación? Realmente me encantaría leer sus experiencias, inquietudes y propuestas.